“No sabemos en qué posición estamos ahora en Panamá, pero la gente aquí está muy mal de salud. Comemos mal, conducimos mal, hablamos mal y razonamos mal”
En general, vivimos en una cultura de alimentos ultraprocesados y productos tóxicos. Cuando pensamos en queso, nos imaginamos un queso procesado, salado y preservado, de vacas que han sido tratadas como basura y con alimentos transgénicos. Todos sus instintos naturales han sido violados, sus impulsos naturales se han visto frustrados. Es una pesadilla. En Panamá, al igual que en cualquier parte del mundo, no puedes ir al cine a ver una película, caminar por un centro comercial, entrar al supermercado o esperar un vuelo en un aeropuerto sin que te aborden con golosinas, meriendas saladas y bebidas azucaradas. McDonald's, Burger King y el resto de la familia de comida rápida gastan millones y millones de dólares al año en publicidad, la mayoría dirigida a los niños.
¿Cómo combatir personalmente estas influencias y adecuar nuestras vidas a las experiencias observadas en las “zonas azules”, los lugares en el mundo donde su población vive más tiempo y con más salud? Lo primero es saber y aceptar que vivimos en un país malsano, con una tasa de obesidad que se ha cuadruplicado en los últimos cuarenta años. Tenemos un entorno insalubre y apenas podemos evitar los alimentos de mala calidad. La gente tiende a pensar: “Ah, sí, esa gente allá en las zonas azules vive 100 años porque son disciplinados, hacen ejercicio y comen plantas”. Pero la realidad es otra, porque esas personas no tenían ni idea de que lo que estaban haciendo iba a alargar sus vidas. Nunca intentaron vivir tanto tiempo. Su longevidad, y de nuevo, son poblaciones heterogéneas, no es producto de un plan de dieta. Y no necesariamente tienen mejores genes que nosotros: solo tienen mejores entornos.
El secreto para conseguir un país más saludable, en nuestra opinión, no es tratar de modificar el comportamiento del individuo, regañarlos por tomar sodas o darles un premio por comer vegetales, sino dirigir nuestros esfuerzos al entorno, haciendo que la elección de comida sana sea más fácil o inevitable. Estamos seguros de que de aplicar algunos de los principios de las “zonas azules”, veríamos un descenso del 15-20 % en la obesidad en este país.
La estrategia es que en cada casa siempre haya una opción a base de plantas y que en los restaurantes no sirvan tanta comida procesada. Que la bebida típica sea el agua y no la soda. Y que cese la infame práctica de que te llenen el vaso de soda sin necesidad de pagar (“refill” gratis). Igualmente, en las escuelas podemos aplicar técnicas simples y empezar a cambiar las políticas alimentarias, como ofrecer frutas y verduras al inicio de la línea de los quioscos y cafeterías, ofrecer papas asadas en vez de fritas, y eliminar todas las máquinas de sodas y productos azucarados de los predios. Pero para que esto funcione, debemos tener un país que realmente lo quiera, y no solo porque lo exige el alcalde o lo promueven las cámaras de comercio y los directores de escuelas. Hay que hacerlo porque es bueno para los agricultores, bueno para los estudiantes y bueno para todos.
Lo que sí sabemos es que, una vez implementado un programa de esta naturaleza, se mejora inmediatamente el índice de bienestar. Existen alrededor de 15 criterios que definen el índice de bienestar, donde no solo se mide salud física, sino también salud emocional, salud laboral y satisfacción general. No sabemos en qué posición estamos ahora en Panamá, pero la gente aquí está muy mal de salud. Comemos mal, conducimos mal, hablamos mal y razonamos mal. Y todo esto se refleja en la poca tolerancia y desobediencia a las leyes y reglas básicas de convivencia.
Muchos de nuestros malos hábitos son contagiosos. Los estudios muestran que, si tus amigos son obesos, tienes más probabilidades de ser obeso, e incluso más si tus padres son obesos. Además, si los amigos de tus amigos son obesos, tendrás más probabilidades que tú seas obeso. Estos malos hábitos realmente se propagan como un contagio social. Por eso la idea de entender el secreto de las “zonas azules” y buscar mecanismos para ponerlos en práctica y así contagiarnos saludable y positivamente.
Una vez, cuando joven, nos sentamos varios primos con la abuela Sixta, quien vivió hasta los 102 años, y le preguntamos qué alimentos comía ella en su vida. Su respuesta fue sencilla: verduras, frutas y pan. Además, recalcó que siempre iba caminando a todas partes. Y con la sonrisa sabia de una abuela que les habla a sus nietos, terminó el consejo así: “Vayan a jugar y no se olviden de tomar agua al regresar”.