Hay algo francamente disfuncional en lo que respecta a la relación entre el continente americano y el europeo. Y para entenderlo, qué mejor lugar que examinar la calidad de vida de sus poblaciones.
Según el Banco Mundial, los europeos en promedio viven alrededor de los 83 años, mientras que en América rondamos los 75 años.
Ahora, si precisamos algunas de las principales causas de muerte, vemos que las principales amenazas para la salud del mundo, especialmente las enfermedades cardiovasculares, la obesidad y la diabetes, los americanos claramente lideramos esa categoría con tasas que doblan las europeas. Además, existe una brecha considerable en las tasas de obesidad. Precisamente la semana pasada, La Estrella publicó una nota periodística que la prevalencia de obesidad llegó a 71% en Panamá. Y también que esta brecha se ha ido reduciendo a medida que los europeos han adoptado un enfoque de alimentación más americanizado.
Si bien la gran cantidad de variables que conducen a estas estadísticas de salud es complicada y no puede excluir la genética, existe una cantidad de evidencia que vincula el cómo vivimos con el cómo morimos. Tomemos el número uno y número dos de las causas de mortalidad según la Organización Mundial de la Salud: enfermedades coronaria y accidentes cerebrovascular. Ahora bien, preguntémonos cuáles son los principales factores de riesgo que podrían llevarnos a morir a manos de estas desagradables enfermedades. Según publicaciones de la Clínica Mayo, las dos más frecuentes son la dieta pobre y la inactividad física.
En los países americanos, la dieta y la muerte van de la mano. En 2017, la OPS publicó un estudio que relacionó los malos hábitos alimentarios con la muerte prematura: casi la mitad de todas las muertes por enfermedades cardíacas, derrames cerebrales y diabetes estaban asociadas con dietas que escatiman en ciertos alimentos y nutrientes, como las verduras, y superan los niveles óptimos de otros, como la sal y el azúcar.
Desde el tamaño de las porciones hasta los porcentajes de azúcar, los americanos le ganan a los europeos cuando se trata de comer mal. Curiosamente, en Europa tratan el exceso de comida con el mismo grado de preocupación moral que tratamos al tabaquismo en nuestros países americanos. Se requiere que los anuncios que promocionan dulces en la televisión y la radio terminen con advertencias de servicio público sobre los peligros de comer dulces. Si usted entra a un restaurante McDonald's en cualquier ciudad europea, verá grandes etiquetas blancas en la parte inferior de sus tentadores carteles de comida, no muy diferente de lo que vería en las cajas de cigarrillos, que dicen: "Advertencia: Evite los dulces. Comer demasiada azúcar, sal o grasas puede ser perjudicial para la salud".
Otra gran diferencia es la inactividad física. En estudios realizados en 2016 por la OMS encontramos que el 40% de los adultos americanos eran menos activos mientras que para los europeos ese porcentaje era del 29%. ¿Qué significa ser menos activo? Según la OMS, se refería a adultos que tenían menos de 2.5 horas de actividad moderadamente intensa en el transcurso de la semana. O menos de 75 minutos de actividad física vigorosamente intensa.
¿Cuáles son los principales contribuyentes al aumento de la actividad de los europeos? En una palabra, caminar. Histórica y culturalmente, Europa disfruta de una larga y saludable tradición de moverse a pie. Cuando viajamos a Europa, vemos a gente caminando por las aceras y los parques. Compare esto con Panamá o el resto de nuestros países, donde caminar al trabajo a menudo se considera una degradación del estatus social.
Obviamente, en el mundo real, la esperanza de vida individual no se puede reducir a este simple análisis. Hay que ver otros factores, incluyendo bioindividualidades, complejidades genéticas y aspectos relacionados con el sistema general de salud. Sin embargo, es difícil ignorar estas diferencias obvias en los estilos de vida.