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Aquellos viajes por carretera

Rafael Carles

Mis primeros viajes en carro se remontan a los días que estudiaba en la universidad y venía de verano a Panamá, y manejaba un Mazda 626 de cuatro puertas, color chocolate oscuro y era de mi novia Enna. Desde entonces siempre me ha gustado llevar coolers en el baúl del caro y parar para hacer picnics. Mis viajes entonces abarcaban el rango desde ir al parque Summit con un petate y una hielera hasta dormir viendo las estrellas. Pero esos eran otros tiempos. Manejar a Contractor Hills en los años 70s era tremenda experiencia, no solo porque era seguro sino también porque el trip era manso gruveo. Pero ahora las cosas son diferentes, muy diferentes; cualquiera estaciona un carro en medio de la carretera y las posibilidades de que algo malo suceda son muy altas.

Espero que este tema de hacer viajes por carretera sea suficiente para iniciar una propuesta para crear iniciativas y poder realizar más viajes placenteros en carros y llevar buena comida durante el viaje. Ya sea que le guste acampar, alquilar una cabaña o visitar amigos, el clima de Panamá permite que podamos hacer "road trips" doce meses al año. Y no es como en otros países, que existen animales salvajes (osos, tigres y lobos) que pueden estropear el viaje. Aquí, sin duda, los animales de dos patas son más temibles que los de cuatro.

En esos tiempos pasado, yo empacaba una botella de Chifu y la metía a la hielera para un viaje de un día. Compraba una libra de jamón ahumado, media libra de salami y un cuarto de libra de prosciutto, en adición a algunas verduras y bocadillos fríos, suficientes para arrancar con Enna en un viajecito. Por supuesto, había que comprar pan en La Florida, una panadería en La Chorrera que vendía además rosquitas de sal y también con azúcar. Agua extra, cervecitas y más vino, y luego una parada para hielo en el camino. En el asiento trasero traía un par de colchas con artículos de despensa para por si acaso nos daba más hambre en la noche, como una lata de tuna, honguitos y un poco más de dulces para cuando hacía lipidia.

Con los años me di cuenta que salir en carro con comida en una hielera era la mejor de las notas. Un poco de investigación avanzada desenterró el secreto mejor guardado: esa costumbre también era de mi abuela Dun, que por el lado de los Brewer, descendiente de piratas, siempre fue precavida y nunca salió de la casa sin algo que comer. Con los años y la experiencia, el jamón y demás carnes frías fueron reemplazados por jugos gourmet, sushis, chorizos cocidos, guacamole, aceitunas, verduras crujientes y salsas vigorizantes para el largo trayecto.

Cuando nacieron mis hijos los trayectos eran más cortos, y el espacio de la hielera era más ocupado por mamaderas y "goodies" que por delicatesen. Pero afortunadamente a mis hijos les gustaban los tours. Recuerdo varios: Gamboa, Isla Grande, Campana y Cerro Azul. Tuve la suerte de que estos lugares estaban a menos de dos horas de distancia y resultaban muy manejables. Lamentablemente, el petate para el picnic fue perdiendo importancia y el asiento de atrás del carro adquirió una mayor relevancia. Car wash cada vez que llegábamos a la casa.

Hoy día extraño esos viajes por carretera. Con mínima planificación, se podía llegar bien lejos. Además, comíamos productos frescos en todas las servidas, cero cocción, muchas caminatas, paseos a caballo, ríos, playa, fincas,
solo necesitábamos una parada en el supermercado, cargar gasolina, llenar la hielera, y listo. Fuimos, gozamos y vinimos.

Ojalá nuestras carreteras fueran más seguras. Extraño esa tranquilidad. Y extraño esa comida al aire libre.