Estamos subestimando seriamente el poder adictivo de los alimentos refinados. Cada año más de 200 personas en Panamá se someten a la amputación de uno de sus miembros. Tienen diabetes y su médico les dice, “Sí, esto se está poniendo muy mal. Vas a quedarte ciego. Vas a perder la pierna. La próxima vez que te vea, puede que te tengamos que amputar la pierna. Tienes que dejar de comer esto y esto”, y no pueden hacerlo. Muestran todos los signos del adicto al crack cuya mujer e hijos están a punto de abandonarlo si fuma una vez más, y no pueden mantenerse alejados de la droga.
Mark Hyman (búsquenlo en Google, ¡tremenda y muy reconocida referencia!) dice que el azúcar es ocho veces más adictivo que la cocaína, y creo que está en lo correcto. En un experimento cogió ratas para inyectarle cocaína intravenosa una y otra vez hasta volverlas adictas. Hasta convertirlas en animales temblorosos y nerviosos. Y luego les dio la opción de escoger entre el azúcar o la cocaína, y pregúntense qué pasó. Por supuesto, eligieron el azúcar.
Esto es simplemente increíble. Estamos subestimando groseramente el poder adictivo de estos alimentos. Se lo estamos dando a nuestros hijos desde que tienen seis meses a un año. El 40% de los bebes panameños de un año ya comen caramelos todos los días. Igualmente, el primer alimento que casi todos los niños comen en Panamá es la harina. Harina de arroz mezclada con cereales de arroz en una botella, o lo que sea. Casi siempre es el primer alimento para los niños. Les damos azúcar y harina desde el nacimiento. La mayoría de personas en este país nunca han pasado un día de sus vidas desde que tuvieron seis meses sin azúcar y harina.
Tengo un amigo que su doctor lo amenazó con la amputación de una pierna y todavía no puede dejar de comer alimentos procesados que les están provocando la progresión de la diabetes, y no es capaz de cambiar la dieta para detenerla. Tengo otro amigo que está bastante obeso y tiene un montón de problemas de espalda y de rodillas, y su médico le dice, “si sigues así, en un año estarás en una silla de ruedas”. Y al día siguiente, los vemos con lo mismo: su tradicional parada en un auto rápido de comida rápida para pedir porción agrandada y un vaso de sodas de 20 onzas. Esto es realmente doloroso.
Me recuerda mucho a los alcohólicos cuando el juez les dice, “la próxima vez que te veamos por aquí, no te vamos a hablar. Te vamos a meter en la cárcel por un año si vuelves a conducir borracho”. Y lo que realmente sucede es que el alcohólico no piensa las opciones sino que sencillamente mira el calendario y dice, “OK, enciérrenme”. Simplemente, como típico adicto, no piensa en lo que le va suceder a sus hijos o su trabajo durante un año porque sólo piensa en su próxima copa.
Es triste que ocurran estas cosas frente a nuestros propios ojos. Y es más trágico porque si lo analizamos de cara a la responsabilidad de las autoridades, es insólito que la industria de alimentos prefiera mirar para el otro lado pensando que así resolverá el problema. O peor aún, que piense que no tiene culpa y que puede seguir saliéndose con las suyas.