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ACCESO A ALIMENTOS SALUDABLES DEBE SER UN DERECHO

Rafael Carles

 

Durante años, hemos desafiado los supuestos de la agricultura industrial y hemos criticado el comportamiento de las grandes corporaciones agroindustriales. Hemos sido uno de los pocos que públicamente han dicho que el sistema actual es insostenible. Sabemos de lo que estamos hablando y nuestras críticas sobre cómo se cultivan, procesan y distribuyen los alimentos son acertadas. Y nuestras propuestas son sólidas. Y quien no lo ve así y ataca al mensajero es porque prefiere desviar la atención del problema real: la industrialización del campo está causando un daño tremendo.

A medida que las personas hemos crecido, en diferentes partes del mundo y en diferentes circunstancias, vemos que el cambio debe venir para reformar el sistema actual de producción de alimentos. Excesivamente centralizado, altamente industrializado, exageradamente controlado por un puñado de corporaciones, erróneamente orientado a monocultivos, salvajemente infestado de pesticidas y aditivos químicos, y sospechosamente cada día dependiente más de organismos genéticamente modificados.

El efecto de los residuos de pesticidas en los alimentos es incuestionable. Los pesticidas son venenos. Han sido cuidadosamente diseñados para matar insectos, malezas, hongos y roedores. Pero también pueden matar seres humanos. La Agencia de Protección Ambiental en Estados Unidos y la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria han estimado que, cada año, entre 160 mil y 200 mil trabajadores agrícolas en el mundo sufren intoxicación aguda por pesticidas en el trabajo, y esa es una estimación conservadora. Los agricultores, sus hijos y las comunidades rurales donde viven están expuestos habitualmente a estos químicos tóxicos. Daño cerebral, deterioro pulmonar, cánceres de mama, colon, pulmón, páncreas y riñón, defectos de nacimiento, esterilidad y otras dolencias son las afectaciones potenciales a largo plazo de los pesticidas que ahora se rocían en nuestros cultivos.

Los que más ingresos tienen siempre comerán mejor que los que tienen menos. Son las personas más limitadas las que necesitan, más que nadie, un sistema alimentario nuevo y sostenible. Viven en los barrios más contaminados, están expuestas a los peores productos químicos en el trabajo, compran los alimentos más procesados y menos saludables. Además, durante los últimos 40 años, la tasa de obesidad entre los preescolares panameños se ha duplicado. Entre los niños de seis a 11 años, se ha triplicado. La obesidad está relacionada con el cáncer, las enfermedades cardíacas y la diabetes. Dos tercios de los adultos panameños son obesos o tienen sobrepeso, y los funcionarios de salud han estimado que la obesidad es responsable ahora del 20 % de los costos médicos anuales del país: alrededor de mil millones de dólares anuales. A medida que los consumidores de más recursos buscan cada vez más alimentos saludables, las cadenas de comida rápida redirigen sus campañas a comunidades de bajos ingresos, al igual que lo hicieron las tabacaleras en la década de 1960, cuando las personas más educadas comenzaron a dejar de fumar.

El acceso a alimentos saludables no debe reservarse para unos pocos. Debería ser un derecho humano básico. Las leyes deberían dejar de favorecer los intereses corporativos y velar más por el interés público. Las cadenas de comida chatarra y los fabricantes de productos procesados están obteniendo grandes ganancias, al tiempo que transfieren costos aún mayores al resto de la sociedad.

El modelo industrial ha causado un daño enorme y en un período de tiempo notablemente corto. Y no tenemos más remedio que cambiar a uno mejor. Porque un sistema alimentario basado en la explotación nunca será sostenible. Los que participamos en el movimiento de alimentos saludables entendemos que la salud de las personas, los animales de cría y la tierra no se pueden separar entre sí, son indivisibles. Como lo hemos dicho muchas veces, es esencial mirar el problema de una manera integral y buscar soluciones teniendo en cuenta todo el sistema. Hacer lo contrario es pérdida de tiempo.

En los últimos años, a medida que más personas miran lo que sucede y comprenden las consecuencias y toman medidas al respecto, hemos visto una idea de lo que debería ser el nuevo sistema alimentario. La gente está comprando en los mercados de productores, construyendo huertos escolares, plantando vegetales en sus patios traseros. En lugar de ser consumidores pasivos, comiendo la comida chatarra comercializada en la televisión, muchas personas se están educando, empoderando, cambiando lo que comen y dónde lo compran.

Nunca es demasiado tarde. Lo que hicimos mal con nuestro sistema alimentario puede revertirse. Todavía es posible una mejor manera de hacer las cosas. La próxima generación puede hacer las cosas en forma más saludable, más sabia y compasiva que la anterior. Este es nuestro mensaje básico y espero que todos ustedes estén de acuerdo.